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Missions and Mental Health Resources from Ron and Bonnie Koteskey

Felicidad Comparación y Envidia

Lo que los obreros transculturales deben saber sobre la felicidad, la comparación y la envidia

Ronald L. Koteskey

GO International

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Quizás hayas notado que algunos obreros transculturales siempre están infelices, comparándose con otros y deseando tener lo que otros tienen. La lista de cosas que ansían parece interminable e incluye cosas como: poder hablar mejor el idioma, tener una mejor vivienda, tener un sueldo más alto, clases más grandes, menos responsabilidades, más espiritualidad, más personas asistiendo a su iglesia, menos papeleo, un mejor vehículo y así sucesivamente.

Si eres completamente honesto, probablemente has notado lo mismo en tu propia vida. Has querido lo que alguien más tiene. Cuando lo consigues te sientes feliz por un tiempo pero después terminas queriendo más y más o alguna otra cosa.

Este ciclo interminable es tan antiguo como la humanidad misma. En Génesis 3, la serpiente atrajo a Eva al señalarle que si comía del fruto prohibido sería como Dios. Ella ya había sido hecha a imagen de Dios pero quería más. Entonces, comió del fruto y entró el pecado.

En Génesis 4, vemos que Caín quería tener la misma bendición que Abel había recibido y por eso mató a su hermano (como si eso sirviera para obtener la bendición de Dios). Sigue leyendo a continuación lo que sucedió con los héroes de la fe en Génesis.

  • Abraham: su esposa quería el hijo que su criada tenía (Génesis 16).
  • Isaac: uno de sus hijos quería la bendición que el otro recibió. (Génesis 27).
  • Jacob: sus diez hijos querían la atención que su padre le daba a su hermano menor (Génesis 37).

Una y otra vez vemos a personas infelices comparándose con los demás y envidiando lo que otros tienen. Dado que este fenómeno es tan generalizado y se repite a lo largo de la historia, veamos a continuación la relación que existe entre la felicidad, la comparación y la envidia.

Felicidad

El segundo párrafo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos comienza así: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Es necesario recordar que esta es una declaración política que no proviene de las Escrituras. No todas las personas son iguales, excepto al pie de la cruz.

Por creer que todas las personas deberían ser iguales los estadounidenses contemporáneos con frecuencia hacen comparaciones y se disgustan cuando descubren que las personas no son iguales. También es bueno notar que la Declaración solo dice que uno tiene derecho a buscar la felicidad, pero no que todos la encuentran.

La felicidad depende de dos factores.

  • #1 La felicidad depende de tu experiencia pasada, especialmente, tu experiencia pasada reciente. Por ejemplo, supongamos que has vivido en un apartamento de 85 metros cuadrados durante cinco años y, luego, tu agencia te asigna uno de 115 metros cuadrados. Sentirás que tu nueva vivienda es muy grande y que serás mucho más feliz viviendo allí—por un tiempo. Pronto te adaptarás al nuevo tamaño y tu felicidad volverá a ser lo que era cuando estabas en el apartamento más pequeño. Lo mismo sucede cuando hay un aumento de salario o menos reuniones de comités o un nuevo vehículo, etc. Lo normal es que siempre haya un incremento de la felicidad seguido de un retorno gradual al nivel original a medida que te vas adaptando.

Eclesiastés 5:10 se refiere a esto cuando dice: “Quien ama el dinero, jamás tiene suficiente. Quien ama las riquezas, nunca recibe bastante”. No importa cuánto dinero ganes, qué tan grande sea el espacio en el que vives o qué tipo de vehículo tengas, la adaptación va a ocurrir y vas a querer más.

  • #2. Tu felicidad también depende de lo que otras personas tengan. Así que vamos a considerar a continuación las comparaciones con otros.

Comparación

Es muy probable que estés satisfecho con lo que tienes hasta que descubras lo que otros tienen. Volviendo al ejemplo del apartamento, puede que te sientas un poco apretado en tu apartamento de 85 metros cuadrados pero ni siquiera pienses en lo pequeño que es hasta que visitas los apartamentos de un par de colegas y te das cuenta que ambos tienen mucho más espacio del que tú tienes, ¡casi 115 metros cuadrados cada uno!

Las personas generalmente se comparan con otras que consideran iguales a ellos o ligeramente superiores. Cuando descubren que esos otros tienen más se sienten insatisfechos con lo que los hacía felices.

Vemos una ilustración de esto en la parábola que Jesús contó a sus discípulos en Mateo 20. La parábola cuenta que temprano por la mañana, el dueño de un viñedo acordó pagar a varios hombres un denario como salario por el trabajo de un día. Cuatro veces más durante el día, el dueño contrató a más hombres y los envió a trabajar. Al final del día, cuando les pagó a todos el denario prometido, los hombres que habían sido contratados desde temprano estaban descontentos y se quejaron. Ellos estuvieron contentos con su salario hasta que descubrieron cuanto le pagaba el dueño a los demás.

Esta clase de comparaciones, en las que nos sentimos decepcionados por no tener “lo suficiente”, a menudo conduce a la infelicidad y a la envidia.

Envidia

En lugar de sentirnos satisfechos, queremos lo que las otras personas tienen: los envidiamos. La envidia surge de la codicia y la incapacidad de tener el objeto deseado, como en el caso del apartamento de 115 metros cuadrados. La envidia es más que únicamente codiciar lo que otra persona tiene. Es no poder tener el apartamento más grande porque alguien más ya lo tiene. Nadie confiesa tan fácilmente semejante clase de envidia; pareciera ser el más desagradable y maligno de los siete pecados capitales.

Además, la envidia nunca resulta en gratificación. No hay en ella ningún disfrute sino solo una auto-aflicción constante porque nuestro apetito siempre va en aumento. La envidia no se limita únicamente a querer eso que el otro tiene sino que busca hacer caer al otro. Todo esto conlleva al resentimiento, a la murmuración, al rencor, a la acusación, al odio e incluso al asesinato como vemos en Caín y Abel.

Eventualmente, la envidia se extiende a todas nuestras actitudes y relaciones. La envidia que el Rey Saúl sintió hacia David después del episodio de Goliat es bien conocida. En 1 Samuel 18, podemos observar cómo esta envidia se extendió hacia otros aspectos de la vida de David.

  • El amor de Jonatán por David (v. 3)
  • Las canciones sobre Saúl y David (v. 8)
  • La relación de David con Dios (v. 14)
  • El éxito de David en todo (v 15, 30)
  • El amor de Mical, la hija de Saúl (v 20, 28)

También, fíjate cómo el comportamiento de Saúl se extendió a otras relaciones.

  • Trató de matar a David dos veces (18: 10-11)
  • Le dijo a Jonatán y a sus cortesanos que mataran a David (19: 1)
  • Acusó a Mical de engaño (19: 17)
  • Trató de matar a Jonathan (20: 33)

La gente envidiosa ni siquiera se ama a sí misma. No están agradecidos ni contentos con lo que son ni con lo que tienen. Este pecado es mortal, no tanto porque destruye a otras personas sino porque a veces acaba con sus vidas. No les permite vivir agradecidos de ser quienes son ni de las cualidades y talentos que Dios les ha dado, ni tampoco hacer el mejor y más gratificante uso de esos dones. Cuando degradan a otros no hacen sino reflejar su propia degradación. Este tipo de personas terminan aisladas de sí mismas y de otros y tal como le ocurrió al hermano mayor en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15), “se quedan afuera de la fiesta”.

¿Qué se puede hacer?

Son pocas las personas que admiten su pecado de envidia. Están tan llenos de sí mismos y desean tanto algo sólo porque alguien más lo tiene, que a la vista de otros pareciera ser algo completamente maligno y desagradable. Cada vez que nos fijamos en las diferencias que existen entre nosotros y los demás es probable que comencemos a hacer comparaciones y esas comparaciones a menudo nos llevan a la envidia. Entonces, teniendo en cuenta que pocos de nosotros podemos escapar a los sentimientos de envidia, ¿qué podemos hacer cuando el Espíritu Santo nos hace conscientes de nuestra envidia? ¿Qué podemos hacer para evitar caer en esta trampa?

  • Confesar y arrepentirnos. Así como sucede con cualquier otro pecado, debemos confesarlo y Dios promete perdonarnos (1 Juan 1). Si negamos nuestro pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no permanecemos en él. Para ser perdonados debemos arrepentirnos; no solo sentirnos mal por el pecado que hemos hecho, sino apartarnos del pecado mismo. Más adelante encontrarás algunos consejos que te ayudarán a darle la espalda a la envidia, para no quedar atrapado en ella.
  • Compararnos con nosotros mismos. Si debes compararte, compárate contigo mismo. Gálatas 6:4 dice, “Cada uno debe examinar su propia conducta. Si es buena, podrá sentirse satisfecho de sus acciones, pero no debe compararse con los demás”. Compara el apartamento, salario, vehículo, etc., que tienes ahora con el que tenías hace 10 o 20 años, no con el que otros tienen.
  • Compararnos con los que tienen menos. En lugar de compararte con personas que tienen más compárate con aquellos que tienen menos. Compara tu apartamento con las condiciones de vida de las personas que viven en la calle. Compara tu salario con los desempleados. Compara tu vehículo con aquellos que no tienen ninguno. Así como compararnos con aquellos que están mejor que nosotros nos lleva a la envidia, compararnos con aquellos que están menos acomodados que nosotros aumenta nuestra satisfacción. De hecho, en la medida que cuentes tus bendiciones, te sentirás motivado a compartirlas con otros y ese compartir ¡aumentará aún más tu satisfacción!
  • Aceptar que nada (ninguna cosa) produce felicidad duradera. No importa lo que sea que tengas, terminarás adaptándote a eso rápidamente y luego querrás algo mejor, ya sea una vivienda, un salario, un vehículo, una posición, una capacidad lingüística, más personas en la iglesia, etc. Una investigación hecha a finales del siglo XX demostró que las relaciones, y no las cosas, brindan mayor felicidad, más específicamente las siguientes relaciones:
  • Con Dios: tener una fe religiosa significativa
  • Con otros: tener amistades cercanas o un matrimonio satisfactorio.
  • Con usted mismo: tener una alta autoestima, ser optimista, dormir lo suficiente y hacer ejercicio.

No puedes encontrar la felicidad por mucho que la persigas pero la felicidad sí puede encontrarte si te cuidas de hacer comparaciones, evitas la envidia y cumples el Gran Mandamiento de amar a Dios y amar a los demás como te amas a ti mismo.

Sobre el Autor

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Ron y Bonnie Koteskey son consultores de atención para miembros de Go International.

Han brindado atención a miembros para misioneros desde 1997.